¡Extraño vagar entre la niebla!
Solitario está cada arbusto y piedra,
ningún árbol mira al otro,
cada uno está solo.
Lleno de amigos estaba para mí el mundo
cuando mi vida era clara todavía;
ahora que la niebla cae,
nadie más está visible.
Verdaderamente, nadie es sabio
si la tiniebla no conoce,
lo inevitable y silencioso
de todo lo aparta.
¡Extraño vagar entre la niebla!
Vivir es estar solo.
Ningún hombre conoce al otro,
cada uno está solo.

El maestro Dyu-Dschi era-tal como nos relatan-
de maneras calladas, suave y tan modesto
que renunció a las palabras y enseñanzas
porque palabra es apariencia
y evitar cualquiera apariencia
era su preocupación.
Cuando alumnos, monjes y novicios
gustaban de lucirse en nobles charlas,
con juegos del espíritu, sobre el supremo anhelo,
sobre el por qué del mundo, él observaba silencioso,
cuidándose de cualquier exageración.
Y cuando se le acercaban a preguntarle,
vanidosos o serios,
por el sentido de las escrituras antiguas,
por el nombre del Buda, por la iluminación,
por el principio o el fin del mundo, permanecía
en silencio, y, despaciosamente, tan sólo señalaba
con el dedo hacia lo alto.
Y con esta señal muda, convincente,
se fue haciendo cada vez más tierno:
advirtió, enseñó, alabó, castigó, mostró
en forma tan propia el corazón del mundo
y de la verdad que, con los años,
más de un discípulo entendió el suave
levantamiento de su dedo,
despertó y se estremeció.
Reseña:
Las palabras son una máscara que raramente expresan en forma correcta lo que está detrás; más bien lo encubren. La inteligencia no es lo que importa, sino la fantasía. Quienes son capaces de vivir en la fantasía, no necesitan la religión. Es con la fantasía como se puede comprender que el hombre retorna al Universo. Le repito ahora que no importa saber si hay algo más allá de esta vida. Lo que cuesta es haber cumplido con el trabajo justo. De este modo, todo estará bien. El Universo, para mí, significa lo que Dios para otros. El Universo, la Naturaleza. No hay que sentirlos como a enemigos, sino como a una madre y entregarse a la Naturaleza apaciblemente, con amor. Entonces se sabe, se siente, que uno retorna al Universo, como todas las cosas, como los animales, como las plantas. Somos únicamente partes infinitesimales del Todo, del Universo. Es absurdo rebelarse. Hay que entregarse a la gran corriente, como a una madre...

La casa de mi padre se levanta en el sur,
el sol la calienta suavemente y sopla el aire de mar.
Sueño acerca de la patria alguna noche,
en lágrimas mojado me desperté a menudo.
Mis camaradas ya presienten
cómo me siento. Siento temor ante su burla.
Viejos monjes roncan ásperamente como bestias,
sólo yo, Yu Wang, estoy despierto y me hielo.
Alguna vez, sí, alguna vez tomaré mi bastón
ataré mis sandalias y partiré
mil millas pereginaré de vuelta
a la patria, a la dicha que abandonara.
Pero cuando la mirada de tigre del maestro
me atraviesa, conozco mi destino,
siento un ardor, siento hielo en todo el cuerpo,
tiemblo, me averguenzo y de ningún modo puedo irme.

Aunque todo sea mentira e ilusión
y siempre innombrable la verdad,
con todo la montaña me contempla
recortada y perceptible con justeza.
Ciervo y cuervo, rosa encarnada,
mar azul y mundo tan variado:
concéntrate, y él se deshace
en lo informe y en lo anónimo.
Concéntrate y recógete,
¡aprende a ver, aprende a leer!
Concéntrate, y el mundo en apariencia se convierte.
Concéntrate, y la apariencia en esencia se convierte.

Rama en astillas quebrada,
colgando año tras año,
seca cruje su canción al viento,
sin hojas, sin corteza,
raída, amarillenta, para una larga vida,
para una larga muerte fatigada.
Duro suena y tenaz su canto, suena obstinado, suena secretamente amedrentado.
Todavía un verano,
todavía un invierno más.

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:
Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bién quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse.
Fué una vez hacia el atardecer -no sé si el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme.
Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. fué entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volvi para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.

Josef K. soñó:
Era un día hermoso, y K. quiso salir a pasear Pero apenas dió dos pasos, llegó al cementerio. Vió numerosos e intrincados senderos, muy numerosos y nada prácticos; K. flotaba sobre uno de esos senderos como sobre un torrente, en un inconmovible deslizamiento. su mirada advirtió desde lejos el montículo de una tumba recién cubierta, y quiso detenerse a su lado. Esse montículo ejercía sobre él casi una fascinación, y le parecía que nunca podría acercarse demasiado rápidamente. De pronto, sin embargo, la tumba casi desaparecía de la vista, oculta por estandartes que flameaban y se entrechocaban con fuerza; no se veía a los portadores de los estandartes, pero era como si allí reinara un gran júbilo.
Todavía buscaba a la distancia, cuando vió de pronto la misma sepultura a su lado, cerca del camino; pronto la dejaría atrás. Salto rápidamente al césped. Pero como en el momento del salto el sendero se movía velozmente bajo sus pies, se tambaleó y cayó de rodillas justamente frente a la tumba. Detrás de ésta había dos hombres que sostenían una lápida en la tierra, donde quedó sólidamente asegurada. Entonces surgió de un matorral un tercer hombre, en quién K. inmediatamente reconoció a un artista. Sólo vestía pantalones y una camisa mal abotonada; en la cabeza tenía una gorra de terciopelo; en la mano un lápiz común, con el que dibujaba figuras en el aire mientras se acercaba.
Apoyó ese lápiz en la parte superior de la lápida; la lápida era muy alta; el hombre no necesitaba agacharse, pero si inclinarse hacia adelante, porque el montículo de tierra (que evidentemente no quería pisar) lo separaba de la piedra. Estaba en puntas de pie y se apoyaba con la mano izquierda en la superficie de la lápida. mediante un prodigio de destreza logró dibujar con un lápiz común letras doradas y escribió: "Aquí yace". Cada una de las letras era clara y hermosa, profundamente inscripta y de oro purísimo Cuando hubo escrito las dos palabras, se volvió hacia K. que sentía gran ansiedad por saber cómo seguiría la inscripción, apenas se preocupaba por el individuo y sólo miraba la lápida. EL hombre se dispuso nuevamente a escribir, pero no pudo, algo se lo impedía; dejo caer el lápiz y nuevamente se volvió hacia K. Esta vez K. lo miró y advirtió que estaba profundamente perplejo, pero sin poder explicarse el motivo de su perplejidad. Toda su vivacidad anterior había desaparecido.
Esto hizo que también K. comenzara a sentirse perplejo; cambiaban miradas desoladas; había entre ellos algún odioso malentendido, que ninguno de los dos podía solucionar. Fuera de lugar, comenzó a repicar la pequeña campana de la capilla fúnebre, pero el artista hizo una señal con la mano y la campana cesó. Poco después comenzó nuevamente a repicar; esta vez con mucha suavidad y sin insistencia; inmediatamente cesó; era como si solamente quisiera probar su sonido. K. estaba preocupado por la situación del artista, comenzó a llorar y sollozó largo rato en el hueco de sus manos. El artista esperó que K. se calmara y luego decidió , ya que no encontraba otra salida, proseguir su inscripción . El primer breve trazo que dibujó fué un alivio para K. pero el artista tuvo que vencer evidentemente una extraordinaria repugnancia antes de terminarlo; además, la inscripción no era ahora tan hermosa, sobre todo parecía haber mucho menos dorado, los trazos se demoraban, pálidos e inseguros; pero la letra resultó bastante grande. Era una J.; estaba casi terminada ya, cuando el artista, furioso, dió un puntapié contra la tumba y la tierra voló por los aires. Por fin comprendió K.; era muy tarde para pedir disculpas; con sus diez dedos escarbó en la tierra, que no le ofrecía ninguna resistencia; todo parecía preparado de antemano; sólo para disimular, habían colocado esa fina capa de tierra; inmediatamente se abrió debajo de él un gran hoyo, de empinadas paredes, en el cual K. impulsado por una suave corriente que lo colocó de espaldas, se hundió. Pero cuando ya lo recibía la impenetrable profundidad esforzándose todavía por erguir la cabeza, pudo ver su nombre que atravesaba rápidamente la lápida, con espléndidos adornos.
Encantado con esta visión, se despertó.


¡Hundirse en la noche! Así como a veces se sumerge la cabeza en el pecho para reflexionar, sumergirse por completo en la noche. Alrededor duermen, los hombres. Un pequeño espectáculo, un autoengaño inocente, es el de dormir en casas, en camas sólidas, bajo techo seguro, estirados o encogidos, sobre colchones, entre sábanas, bajo mantas; en realidad se han encontrado reunidos como antes una vez y como después en una comarca desierta: Un campamento al raso, una inabarcable cantidad de personas, un ejército, un pueblo bajo un cielo frío, sobre una tierra fría, arrojados al suelo allí donde antes se estuvo de pie, con la frente contra el brazo, y la cara contra el suelo, respirandoo pausadamente. Y tú velas, eres uno de los vigías, hallas al prójimo agitando el leño encendido que cogiste del montón de astillas, junto a ti. ¿Por qué velas? Alguien tiene que velar, se ha dicho. Alguien tiene que estar ahí.



Juan Salvador no es más que un ser que quiere hacer algo distinto a los demás. El no desea lo que todos desean, no hace lo que todos hacen y no piensa lo que todos piensan. Esto le lleva a un rechazo, porque es distinto a los demás, y a la soledad más tarde. Juan quiere ser libre y huir de la monotonía de lo cotidiano, si todos pensáramos lo mismo todo sería igual y visto de la misma manera, sin embargo el pensamiento de cada individuo es único y luego cada uno puede hacer lo que quiera; bien seguir el modelo de la sociedad, hacer lo que se hace, decir lo que se dice y pensar lo que se piensa, o bien buscar la manera de expresar y realizar tus verdaderas aspiraciones o deseos, saltarte lo cotidiano, aprender por tí mismo y día a día, motivarte con tus deseos, realizar algo hasta que sepas que lo estas haciendo bien, sin importarte lo que piensen los demás...
Considero que Juan es una gaviota que ama mucho lo que hace pero no sólo eso, Juan busca su ideal, busca la perfección, trabaja incesantemente en aprender, aprender para ser mejor. Para aprender Juan tiene muchas victorias y mucho fracasos pero él sigue persiguiendo su objetivo perseverantemente. Esto nos dice que no todo en la vida es victoria y alegría, pero que no debemos rendirnos por tener algún fracaso, puesto que deseando algo podemos soportar casi cualquier cómo. Juan Salvador Gaviota también aprende porque quiere enseñar a los demás a ser mejores, a alcanzar lo que él ha aprendido, a enseñarles que “cada uno de nosotros es en realidad una idea ilimitada de libertad” y que “todo nuestro cuerpo, de extremo a extremo, no es más que nuestro propio pensamiento”.
Juan tiene una postura muy solidaria hacia sus compañeros, ya no le importa que le hayan exiliado, tan sólo que aprendan y disfruten con lo que él ha aprendido y disfrutado. Comparte todo lo que sabe y lo pone a la disposición de cada uno de ellos, aunque algunos no aceptan el “regalo” que el protagonista les hace. A la gaviota no le importa que le den la espalda porque sabe perfectamente que esto lo hacen por ignorancia, no lo han probado y por tanto no pueden juzgarlo. Él sólo espera que cada uno desarrolle sus propias metas, para nada desea imponerles que realicen lo que él realiza; en primer lugar porque Juan es el primero que defiende las diferencias entre los individuos y las distintas trayectorias que cada uno puede elegir libremente.
Audios:


Las creencias que tenemos acerca de nosotros mismos, aquellas cualidades, capacidades, modos de sentir o de pensar que nos atribuimos, conforman nuestra “imagen personal” o “autoimagen”. La “autoestima” es la valoración que hacemos de nosotros mismos sobre la base de las sensaciones y experiencias que hemos ido incorporando a lo largo de la vida. Nos sentimos listos o tontos, capaces o incapaces, nos gustamos o no.
Esta autovaloración es muy importante, dado que de ella dependen en gran parte la realización de nuestro potencial personal y nuestros logros en la vida. De este modo, las personas que se sienten bien consigo mismas, que tienen una buena autoestima, son capaces de enfrentarse y resolver los retos y las responsabilidades que la vida plantea. Por el contrario, los que tienen una autoestima baja suelen autolimitarse y fracasar.
Audios:



Contenido
Introducción
Auto Expectativa Positiva y Auto Motivacion Positiva
Auto Imagen Positiva Y Auto Direccion Positiva
Auto Control Positivo Y Auto Disciplina
Auto Estima Positiva y Auto Dimension Positiva
Auto Conciencia Positiva Y Auto Proyeccion Positiva
Audios:
